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“Al contemplar ya en el siglo XXI los restos —recuperados o en vía de recuperación o esperando, somnolientos, su restauración— del pasado industrial, ferrón, papelero, marinero, molinero, y ferroviario de Guipúzcoa, el caminante se encuentra no solo con la Historia sino con la Naturaleza que ha tomado posesión de chimeneas, torres, compuertas, carriles abandonados [...] en busca de un futuro más próspero o impulsado por el progreso”.
Begoña del Teso
Relativamente alejados de los vastos y arquetípicos paisajes alterados por la intensiva explotación minera y siderometalúrgica en la ría del Ibaizabal-Nervión y la antaño aguerrida Bizkaia más desconocida (Montes de Triano, Peñas Negras, municipios mineros...), los recónditos paisajes del hierro en Gipuzkoa aparecen ante nuestros ojos como elocuentes testigos que, sin embargo, en su mudo silencio impuesto por el transcurrir de los siglos nos han legado todo un repertorio de lugares y sendas que dejan marcado rastro de su existencia desde el litoral hasta las cadenas o estribaciones montañosas del interior. Los cargaderos de Mollarri en Zarautz1 (donde morían los trenes aéreos de mineral procedentes de Asteasu para la carga de los buques fondeados en el islote) y con mucha mayor contundencia la abandonada Real Fábrica de Anclas de Gipuzkoa2 que construyó anclas de gran tamaño desde 1750, atesoran una cultura asociada a los recursos marítimos que se complementa con los medios de vida más característicos de las zonas del interior. Así, han llegado hasta nosotros significativos emblemas de la actividad y el sustento de nuestros antepasados como el conservado entorno ferro-molinero de Agorregi en Aia3 e Igartza en Beasain, hornos de Udana y ferrería Mirandaola de Legazpi,4 ferrerías de Olaberria en Oiartzun y Altzolaraz en Zestoa así como las montañas férricas de Zerain,5 cuya trayectoria veremos mucho más larga y compleja, y más modernamente ingenios de producción o transporte como los Altos Hornos de Bergara (1901)6 o el viaducto de Ormaiztegi,7 activo hasta 1995.
Patrimonio industrial en Zerain (hornos de calcinación de Aizpea
y entrañas de las contiguas minas).
Foto: Isusko Vivas Ziarrusta.
Ejemplos todos ellos del aprovechamiento humano de las materias primas unidas a los condicionantes del territorio, los lugares de extracción han permanecido casi siempre ligados a la viabilidad de obtener fuentes energéticas como carburante y fuerza impulsora de los diversos mecanismos. Así es como las denominas ‘haizeolak’ (ferrerías de ‘viento’ con hornos de combustión8 excavados en material refractario, servían para separar la ganga o escoria del mineral más puro) constituyeron una parte importante de los enclaves preindustriales de la montaña vasca, junto con emplazamientos diseminados en las inferiores cotas de los exiguos valles y riberas de empinados cauces fluviales,9 cortos pero caudalosos, en terrenos no aptos para otros usos con presas (azud), canalizaciones y anteparas —‘aldaparo’ (balsa de fondo plano suspendida sobre un túnel)— cuando se precisaba de la energía motriz hidráulica de flujo constante e in-interrumpido, para garantizar el funcionamiento de los pesados mecanismos (ruedas de molino y martillo pilón, fuente de la riqueza económica europea desde el medievo y evidencia de la temprana vocación metalúrgica)10. La rueda de molino como hito técnico transformará el movimiento en múltiples tipos de trabajo, tanto para la molienda como para la sincronización del yunque en las fraguas ‘masuqueras’ y la oxigenación de la combustión por medio de monumentales fuelles.11
Todos esos paisajes acuñados por las manos de sus habitantes y moradores no únicamente posibilitan la apreciación y contemplación póstuma de unos entornos repletos de referencias estéticas y curiosidades arquitectónicas e ingenieriles, sino que nos remiten a concebir y entender una estructuración social en base a las consabidas premisas materialistas de ordenar los medios de producción con sus efectos en la reproducción cultural. Un asentamiento molinero o ferrón bien podía constituir una unidad económica —como el ‘baserri’ o caserío vasco— cuya titularidad pertenecía a los ‘jauntxos’ de la nobleza local, a la corona o a la iglesia católica que después podía arrendar las instalaciones a sagas familiares (estirpes ferronas) dedicadas a dichas actividades. Los cuales, a su vez, contratarían mano de obra para el correspondiente laboreo. La autosuficiencia podría llegar al extremo de que taller, vivienda, almacén de productos manufacturados, aljibe, carboneras, depósito de víveres e iglesia, capilla o ermita de culto religioso fuesen partícipes de las mismas unidades constructivas que habrían pervivido a períodos de declive y renacimiento, de modo que nuevas infraestructuras se sobreponían a edificios y ruinas anteriores (hallando notables ejemplos monumentales de reedificación desde la edad media hasta la ilustración).
Estas formas de producción serían relegadas al olvido y desaparecidas con la caída del antiguo régimen, sobre todo a raíz del cambio de tornas durante la revolución industrial y tecnológica que afectó en ámbitos el País Vasco (acaso la región europea donde más ferrerías puedo haber en una época). A pesar de ello, en algunas ocasiones puntuales han perdurado modernizando sus instalaciones y bajo otros parámetros empresariales mucho más contemporáneos, dada la vigencia, calidad e inagotamiento de las extracciones y la viabilidad de la maquinaria como ha sucedido en Zerain. Una manera satisfactoria de valorizar todo ese rico patrimonio viene siendo su conversión en ‘museos-sitio’ y espacios expositivos, una vez rescatados de su obsolescencia y postergación, o su antigua reconversión en otro tipo de industrias como harineras, papeleras y textiles.
En Zerain y la comarca del Goierri sería precisamente en los años finales del siglo XIX cuando la corporación The Cerain Iron Ore Company LTD se haría con la explotación minera, construyendo no solo los hornos de Aizpea que persisten en las laderas montañosas sino toda una maraña de cables aéreos, líneas de vagonetas y el ferrocarril minero.12
No obstante, si las huellas del contacto de los seres humanos con la transformación de los metales se pierden en la lejanía, retrotrayéndonos hasta los pueblos celtas y la presencia romana,13 será hacia el siglo XI14 cuando las primitivas estructuras móviles nos dan cuenta del desbroce de los montes de hierro en Zerain. Tras diversas vicisitudes históricas15 los hornos permanecieron activos hasta 1951. Entre tanto, acontecimientos como las contiendas bélicas hicieron mella en el complejo, convirtiéndose en Reales Minas de Cerain con la primera Guerra Carlista y quedando bajo el dominio de la alemana Compañía Montana S. A. casi un siglo más tarde a raíz de la II Guerra Mundial. En 1938 la Compañía de Explotaciones Mineras Aralar S. A. participaría con capital español, todo lo que se vendría abajo en la década de 1940 con el horizonte del final de la guerra. Tan solo unos años antes, al término de la Guerra Civil Española, el incremento del precio de la chatarra hizo que ese hierro se convirtiese en metal precioso y preciado. Sin embargo, ya a partir de 1950 se notaría claramente la escasa rentabilidad y competitividad del material, prefiriendo la importación y clausurando oficialmente las minas, si bien continuarían las extracciones hasta el inicio de la década de 1960. En ese instante, cuando los habitantes de Zerain y pueblos circundantes empezaban a enrolarse en las grandes factorías guipuzcoanas, no quedaría sino el poso del recuerdo, de cuando un siglo antes (1856) hiciese aparición La Unión de Cerain como incipiente explotación minera propiamente moderna, arribando el hierro hasta el puerto de Pasaia y de allí a toda Europa.
Museo y Centro de Interpretación de los Montes de Hierro en Zerain.
Foto: Isusko Vivas Ziarrusta.
En el coto minero de Aizpea trabajaron, según las intensidades de cada época, entre una decena y centenar y medio de mineros, contabilizándose un pico de hasta 173 en 1907, además de soldados, jóvenes que cumplían el servicio militar y presos durante las ‘carlistadas’. Entre las escalas que variaban desde los peones hasta los cuadros administrativos e ingenieros, abundaron los especialistas (artilleros, barrenadores, maquinistas, personal de mantenimiento, etc.), e inclusive mujeres que realizaban tareas de lavado del mineral, con unos sueldos inferiores a los varones. De forma complementaria, el carbón vegetal utilizado como combustible se obtenía con el ramaje de los tupidos bosques de robles y hayas, preparando los típicos ‘txondorrak’ o túmulos en claros desprovistos de masa arbórea mediante procedimientos artesanales de acumulación, prensado y cubrición de la madera antes de prender fuego en el interior por el orificio que un palo vertical posibilitaba en el extremo superior. El residuo de la calcinación era acarreado por medio de tracción animal hasta la boca de los hornos.
La minería ha constituido así un hecho antropológicamente insoslayable en el devenir de la cultura aparentemente mucho más agrícola, ganadera y pastoril de la comarca que, en cambio, supo asumir con verdadero acierto las labores extractivo-mineras en los meses anuales menos propicios para la labranza y la recolecta. Este tipo de imbricaciones suelen plasmarse también en el calendario, tal y como sería la festividad de Santa Bárbara (patrona de los mineros). El ambiente minero de Zerain introdujo así un considerable incremento de la población, y la dedicación de ciertos mineros al cultivo hortícola tras las jornadas en la mina, en compensación del alojamiento y manutención que obtenían de los caseríos.
En nuestros días destaca la modulación del paisaje que puede divisarse tenuemente en el macizo Aratz-Aizkorri perteneciente al Parque Natural del mismo nombre, su vegetación de sotobosque y las arquitecturas que jalonan la montaña. Los hornos de calcinación de Aizpea con sus perfiles tronco-cónicos y cavidades para el carbonato férrico16 prefiguran un semblante de ‘setas pétreas fantasmales’ a decir de Begoña del Teso, acompañados de las parcialmente restablecidas bocaminas y túneles excavados cuando el decaimiento de la explotación a cielo abierto. El Centro de Interpretación de Aizpitta cumple con creces las expectativas del visitante, desplegando un programa museográfico bien orientado y con un cuidado diseño que incluye la exhibición de herramientas, paneles informativos-interactivos, muestras de clases y tipos de mineral y una proyección audiovisual que va más allá de las tendencias convencionales al uso.
Este recorrido por Zerain, su cultura y su patrimonio, nos ha hecho reflexionar acerca de cómo naturaleza, industria, clima, topografía y paisaje han inscrito idiosincrasias peculiares en la orografía delimitada entre la costa y la montaña de Euskal Herria. Actualmente, radicales transformaciones sociopolíticas y económicas influyen sobremanera en la dispersión de los centros urbanos hacia las periferias y territorios periurbanos/suburbanos interconectados. De modo que, inaugurado el siglo XXI, nos encontramos con sugerentes retos de futuro en este País Vasco que se encuentra en una situación de frontera y de privilegio para afrontar un cambio de visión que afecte de forma multidisciplinar y multilateral a las estructuras de cara a comprender, remodelar, revitalizar y conservar sosteniblemente las señas culturales e identitarias que nos han precedido.17 Un reconocido número de estos lugares son, para Marta Zabala, ‘eslabones’ de un amplio proyecto englobado en la “Ruta del Hierro en los Pirineos”; itinerario trans-fronterizo que implica cinco regiones y países de alto contenido siderúrgico (Cataluña, Andorra, País Vasco, Aquitania y Languedoc). En nuestro país conectaría las minas de Aizpea (Gipuzkoa) con el Museo de la Minería del País Vasco y la ferrería de Ansotegi, pasando por Pobeña-Kobaron e incluso el Puente Transbordador de Portugalete en Bizkaia.
A fin de concluir con una cita significativa, M. Ibáñez, A. Santana y M. Zabala recuerdan que Diane Newell puntualizaba en 1985 dos características que otorgan al patrimonio industrial la categoría de símbolo (la histórica y la cultural), como signos en ‘soporte iconográfico’ de ese ‘pasado’ más o menos pretérito que nos empeñamos en rescatar del olvido, con instantáneas que no representan menos que “el corolario de imágenes y conceptos que nos transmite un tímpano románico”. Así florecen en nuestros días con la cualidad de emblemas:
“Los vestigios materiales del proceso industrial [que] son un documento vivo y como tal, revestido de la misma categoría de bien patrimoniable que asiste a otros soportes tangibles de nuestra cultura. Interpretarlos es una forma nueva de acercamiento a la comprensión del pasado y conservarlos, cuando así lo aconseja su calidad o valor, una responsabilidad inexcusable de la sociedad contemporánea”.18
Del carácter rotatorio de las reuniones de las secciones científicas de Eusko Ikaskuntza/SEV
Desde que Eusko Ikaskuntza retomase su andadura sesenta años después de su fundación como Sociedad de Estudios Vascos, con la intención de abarcar la realidad poliédrica de Euskal Herria en su conjunto, la revitalización de las secciones científicas en el organigrama interno de la Sociedad supuso también, entre otras muchas iniciativas que se perfilaban y se vislumbraban con ilusión, la necesidad de cohesionar y unir quizás desde una vertiente disciplinaria aquellos intereses individuales y colectivos de personas enclavadas en diversos puntos de la geografía vasca, y que podían así adscribirse —como socios/as— a una institución de gran raigambre que cumplía las expectativas comunes de su espíritu fundamental y originario basado en el conocimiento, el estudio y la investigación.
Fruto de aquel empeño, la re-configuración de las secciones científicas supondría a la postre, sobre todo en lo que a estas líneas nos atañe, la oportunidad de reconocernos miembros de una cultura y un territorio que urgía, valga la redundancia, conocer y re-conocer incluso físicamente, apuesta por la que optó sin paliativos la Sección de Antropología-Etnografía; decisión en todo caso licitada por su naturaleza y entronque en los campos del saber concernientes al humanismo. A partir de ahí, el desarrollo itinerante de las reuniones ordinarias de la Sección ha ido abriendo caminos para la aproximación a esos contextos geográfico-territoriales y culturales específicos de Euskal Herria, contando siempre con socios/as que han colaborado en la organización y la generosa acogida por parte de los municipios (en locales de ayuntamientos, aulas culturales, bibliotecas, museos, etc.).
Continuando a día de hoy dicha costumbre rotatoria, consideramos que la visita cultural realizada con motivo de la reunión celebrada en diciembre de 2009 en Zerain (Gipuzkoa) ha resultado tremendamente valiosa para tomar conciencia de las posibilidades y las potencialidades que una pequeña localidad guipuzcoana en cuanto a población, ha encontrado para ubicarse en las rutas que pretenden vigorizar aspectos patrimoniales derivados de su pasado histórico, atendiendo a memorias pretéritas y señas de identidad re-actualizadas y renovadas como fuentes de riqueza y a la vez testimonios de unas manifestaciones culturales inclusivas. El caso de Zerain —entre otros igualmente ilustrativos—, se erige así en paradigma de lo que una comunidad no excesivamente numerosa puede ofrecer y ofertar al visitante desde las formas de hacer y salvaguardar patrimonio material atendiendo a requerimientos ya ineludibles de sostenibilidad y atracción turística, sin olvidar la veracidad en la recuperación o recreación de lo acontecido y el compromiso social.
Referencias bibliográficas utilizadas
Burdinaren Mendia. Zerain Parke Kulturala (bisitarien gida), Ayuntamiento de Zerain (Oficina de Turismo), s/f., 25 p.
DEL TESO, Begoña. “Ingenios de musgo y salitre (Guipúzcoa)”, en: GPS, ‘Patrimonio Industrial’, 20-26 de noviembre de 2009, pp. 4-12.
IBAÑEZ, Maite; SANTANA, Alberto; ZABALA, Marta. Arqueología industrial en Guipúzcoa, Bilbao: Universidad de Deusto, 1993.
ZABALA, Marta. “Ferrerías-museo. Patrimonio y difusión de la siderurgia tradicional vasca”, en: RIEV (Revista Internacional de Estudios Vascos), vol. 52-1, Donostia-San Sebastián: Eusko Ikaskuntza/SEV, 2007, pp. 287-302.
1 Los pilones de piedra fueron establecidos en las escarpadas rocas costeras por el ingeniero Guillermo Vahl. No fueron extraños en el País Vasco los casos en los que una afluencia turística de elevado nivel adquisitivo o asentamientos residenciales de la burguesía y aristocracia convivieron, aunque con elementos diferenciadores palpables, con espacios industriales y barriadas de obreros. El Antiguo en Donostia-San Sebastián podría considerarse un escenario matizado y a lo largo de la ría de Bilbao sabemos que la segregación social se deba en sus orillas, con los industriales de la burguesía que desde sus villas de la margen izquierda miraban hacia la industriosa y superpoblada margen izquierda y los montes repletos de vena rojiza (mirada que, no obstante, era devuelta desde el lado opuesto).
2 En las inmediaciones de Fagollaga/Ereñozu. Estas reales fábricas fueron unas las primeras grandes manufacturas fabriles que precedieron a la Revolución Industrial. No obstante, en Gipuzkoa y en el esplendor del siglo XVIII, la Corona establecería ‘contratos’ con gremios de artesanos que asumían corporativamente la entrega de cantidades brutas de producto. Destacan, por su antigüedad y empaque, las de Placencia de las Armas (1573) y Tolosa (1630).
3 Inaugurado al principio del verano de 2004. En el siglo XVIII su entonces propietario adecuó las instalaciones a los avances tecnológicos propios de la época. Situada en la confluencia de tres riachuelos, cinco tomas de agua aseguraban el caudal necesario y con el agua sobrante funcionaban dos molinos. Otros cotos importantes serían el de Berastegi o el de Katabera (propiedad de la “Compañía Asturiana de Minas” en el s. XIX, donde se ubicaron hornos de sección tronco-piramidal, manteniéndose las casas del ingeniero y capataz, polvorín, rampa de escogido, plataforma de giro y último machón del cable aéreo), junto a enclaves relativamente menores como Andazarrate en Asteasu.
4 Puesta en marcha regularmente, funcionó entre los siglos XV y XIX en el valle del Urola. Ya había sido restaurada en 1952 por un particular que quiso experimentar los procesos de elaboración de los ‘tochos’, difundiendo científicamente unos modos de trabajo proto-industriales. Abierta al público en 1996, pertenece al Parque Natural-Artesanal de Mirandaola dentro del proyecto Lenbur (Legazpi, Natura eta Burdina). El recinto incluye, del mismo modo, un área recreativa y un frontón realizado íntegramente en hierro (pieza única en Europa).
5 Símbolo del valor de la madera en el municipio encontramos igualmente el aserradero hidráulico de Larrondo, de factura más moderna colocado a mediados del siglo XIX en las inmediaciones de un arroyo.
6 Renovando los métodos tradicionales, han sido además sumamente importantes las fundiciones modernas del tipo “Aurrerá” (1888), “Iraeta” (1877) y “San Pedro Carquizano” (1877).
7 Estructura emblemática de la arquitectura del hierro edificada en 1864 por A. Lavalley (predecesor de Eiffel) a petición de la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España, con el objetivo que la red ferroviaria salvase la cordillera del Aizkorri.
8 Las abundantes ‘zepadiak’ o escoriales ocultan numerosos yacimientos metalúrgicos en muchos collados.
9 Los ‘molinos escalonados’ rentabilizaban al máximo el caudal disponible. Son llamativos los molinos de Iribe en Lazkao, los de Elgeta en Bergara y Gaztelu. Con posterioridad optaron muchos de ellos por la inclusión de turbinas generadoras de energía electromotriz. Hubo también molinos compenetrados con el ciclo diario de las mareas en rías y suelos llanos de vega o marisma, conocidos desde el s. XVI, así como algún molino de viento coincidiendo con períodos prolongados de sequía y escasez de agua. De modo similar, casas-lonja de almacenaje comercial se instalaban en las vegas fluviales para carga y descarga de hierro y acero, herraje, clavo, vena y artículos varios. Constituían las ‘renterías’ o ‘fanderías’, algunos de cuyos ejemplos se encontraban en Elgoibar, Zestoa o Zumaia. Otro apartado sería el de las cementeras (en Zestoa –Agote y Bedua–, Zumaia –Narrondo, La Zumayana, etc.) y/o la multitud de astilleros tradicionales, sobre todo en villas portuarias.
10 Sobresalen, entre otros, estudios
de autores que inciden en el contexto guipuzcoano:
AGUIRRE, Antxon. Tratado de molinología, Donostia-San Sebastián:
1988.
AROCENA, F. “La industria del hierro en Guipúzcoa a mediados
del siglo XVIII”, en: Yakintza. Revista de Cultura Vasca, Bilbao:
1977.
BUSTINDUY, N. La industria guipuzcoana en fin de siglo, Donostia-San Sebastián:
1894.
IBAÑEZ, Maite; SANTANA, Alberto; ZABALA, Marta. Arqueología
industrial en Guipúzcoa, Bilbao: Universidad de Deusto, 1993.
OLAIZOLA, J. J. “Ferrocarriles y valles en Guipúzcoa”,
en: Ibaiak eta Haranak (tomo I), Donostia-San Sebastián: 1989.
URTEAGA, M. “Ferrerías en Gipuzkoa. El río como fuente
de aprovechamiento energético”, en: Ibaiak eta Haranak (tomo
I), Donostia-San Sebastián: 1989.
URTEAGA, M. (ed). Agorregiko burdinola eta errotak (Aia, Gipuzkoa). Arkeologia
3, Donostia-San Sebastián: Diputación Foral de Gipuzkoa. Departamento
de Cultura, Euskara, Juventud y Deportes, s/f.
ZABALA, Marta. “Ferrerías-museo. Patrimonio y difusión
de la siderurgia tradicional vasca”, en: RIEV (Revista Internacional
de Estudios Vascos), vol. 52-1, Donostia-San Sebastián: Eusko Ikaskuntza/SEV,
2007, pp. 287-302.
11 “A la hora de estudiar estos complejos es necesario introducir una distinción entre las denominadas ferrerías mayores y menores. Las primeras contaban con dos hornos: uno destinado a la calcinación del mineral, elemento indispensable dada la mala calidad que presentaban los hierros guipuzcoanos, y otro para la combustión donde, en capas alternas, se disponía el óxido férrico y el carbón vegetal. Estas instalaciones mecánicas se completaban con el mazo que, al golpear la pasta extraída en caliente del horno, eliminaba las impurezas obteniéndose el ‘tocho’. Las ferrerías menores, también llamadas martinetes, fueron introducidas a partir del siglo XVI. Dedicadas a la transformación del hierro, contaron con un horno de fundición para calentar el lingote y un pequeño martillo para forjar los diferentes objetos metálicos”. IBAÑEZ, M.; SANTANA, A.; ZABALA, M. op. cit., p. 92.
12 En las áreas mineras de Artikutza y Arditurri existieron también ferrocarriles mineros, si bien el “Bidasoa” sería el primero de ellos inaugurado cerca de 1880 enlazando los cotos de Endarlaza con la estación del Norte en Irun. En 1911 la “Compañía de Ferrocarriles del Bidasoa” propondría el enlace de Irun con Pamplona, si bien solamente se prolongaría hasta la localidad navarra de Elizondo. El del Urola se remontaría hasta 1887, desmontándose definitivamente un siglo después.
13 Entre los siglos I y II de nuestra era, con las primeras trazas del comercio racional de galena argentífera y hierro.
14 Desde el siglo XI hasta el XIV será el tiempo en que se forman la mayoría de las villas (a raíz de fueros concedidos por reyes navarros y castellanos) y se consolidan las anteiglesias en el País Vascos. Si las primeras referencias escritas de Zerain datan de la última parte del siglo XIV (donde el alcalde de Segura extendería su autoridad), curiosamente surge también a mediados de ese mismo siglo el “Fuero de las Ferrerías”, otorgado por Alfonso XI a Oiartzun y espacios limítrofes en 1338.
15 Desde que a comienzos del siglo XVI los reyes católicos concediesen la explotación a los Otalora de Aretxabaleta, la familia trabajaría allí hasta 1825, traspasada con posterioridad a favor de Lorenzo Gastón y Francisco San Martín. En ese mismo año, entraría también en vigor la “Ley de Minas de 1825” que clausuró y/o reabrió algunas de ellas.
16 Esta tipología de hornos se hallan regularmente construidos en mampostería o ladrillo cara-vista (reforzados por anillos metálicos apara evitar resquebrajamientos). Algunos conservan incluso los revestimientos interiores en capas de ladrillo refractario o piedra en sillares regulares. En Zerain, se conserva alguna de las campanas metálicas de carga y el puerto de mineral sobre la base de los hornos. Un cargadero en rampa con ocho bocas utilizado para los baldes del tranvía aéreo que conducía el calcinado hasta Mutiloa.
17 Mostramos nuestro más sincero agradecimiento al Ayuntamiento de Zerain por el inmejorable recibimiento y al socio de la Sección de Antropología-Etnografía Fermín Leizaola por el interés y el buen hacer al organizar la visita.
18 IBAÑEZ, M.; SANTANA, A.; ZABALA, M. op. cit., p. 8.
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